Texto para nota en revista MUNDO MASCOTA (mayo 2015)
Una experiencia de 20 años con la Raza Boyero de
Berna
Hace 20 años que
me dedico a la cría del Boyero de Berna en nuestro país. Aunque a muchos le parezca que 20 años
es poco en la evolución de una raza canina, es muchísimo para la Argentina, ya
que los primeros ejemplares arribaron hace sólo unas dos décadas al país. Esos perros, afortunadamente
de excelentes condiciones, fueron los que iniciaron
la reproducción en nuestro medio. Por supuesto que a medida que se fue
divulgando la raza, que llamaba la atención por su atractiva belleza y sus
dotes de buen temperamento, se
importaron nuevos ejemplares que hicieron, y siguen haciendo, su aporte
genético y sanguíneo al desarrollo de la raza Boyero de Berna. Es probable que
alguien haya traído con anterioridad
algún Boyero del exterior, como perro de compañía, pero al no
presentarlo en exposiciones, carecemos de referencias sobre los mismos. Me
consta, por ejemplo, que el señor Alejandro Soldati trajo de Suiza hace más de treinta años uno de
los primeros Boyeros de Berna.
Mi primer
contacto con un Boyero lo viví en Suiza, cuando un enorme y hermoso perro tricolor, de una raza
que desconocía, se me acercó en la plaza y se quedó a mi lado esperando una
caricia. Desde que conocí el primer Boyero, me enamoré del temperamento
afectuoso y del aspecto atractivo que los caracteriza. No estoy segura si yo los elegí o ellos
me eligieron a mí.
Al poco tiempo,
en un artículo que en el diario “La Nación” escribía regularmente el periodista
Eduardo Tarnassi, me encontré con una nota sobre la raza Boyero de Berna con la
dirección de la primera criadora.
Así adquirí a Tomasa, la hembra que fue el inicio de mi criadero, reforzado
luego con la importación de machos traídos de Alemania y Francia.
Haber
logrado que la raza sea hoy
relativamente bien conocida en la Argentina es la historia del esfuerzo de un
grupo de entusiastas criadores y propietarios finalmente agrupados en el Club
Argentino Boyero de Berna (BBCA), miembro de la Federación Cinológica
Argentina, con una activa participación en el medio, organizador de las
exposiciones especializadas, desarrollador de un programa de entrenamiento
constante y de actualización técnica y científica, editor de la revista del
Club, organizador del deporte canino del drafting, y esencialmente, promotor de
la crianza responsable para la mejora permanente de la raza.
El interés mío
en participar con esta nota en las
páginas de “Mundo Mascota” es el de hacer llegar a los lectores algunas
observaciones y recomendaciones que son el fruto de mi experiencia en la
crianza del Boyero de Berna, como toda crianza canina, una sucesión de éxitos y
fracasos, pero siempre con el compromiso y amor por tan maravillosa raza. Cuidar
una raza es comprometerse a respetar
su estándar sobre genética, salud,
comportamiento, cuidados, etc. para que cada una de las personas que adquiera un Boyero de Berna
pueda tener con certeza la misma experiencia personal que he tenido al acercarme
a ellos.
Por estándar se entiende el
compendio de parámetros de elección que una raza debe tener para asegurar la
pureza y la continuidad de la
misma, tanto en las características físicas como en el temperamento del
perro. Todo criador responsable
debe ajustarse a los requisitos del estándar de la raza. No existe el perro perfecto, pero el
campeón será el que más se acerque a cumplir con las exigencias del estándar.
Notablemente, cada raza es propiedad del país que le dio origen. Estos países son los que establecen el
estándar que será presentado luego para su aprobación al organismo
internacional. Es por eso que el
estándar del Boyero de Berna ha sido elaborado por la Société Cynologique Suisse.
El punto de
partida de la relación de amistad entrañable que se ha de entablar entre el amo
y su Boyero es la elección del cachorro. Hay que tener presente que esa
pequeña, cariñosa y divertida mascota
se va ir transformando en un perro de gran envergadura que necesitará
espacio para moverse y que requerirá de nuestra presencia en forma permanente. Una
de las facetas más características
de la raza es la de requerir la compañía humana, por lo cual no es el perro de
elección para quien va a estar ausente toda una jornada de trabajo. Más que un requerimiento es una
demanda. Es el perro ideal para interactuar dentro de un entorno familiar, se
integra rápidamente al mismo, por
lo cual se lo ve
verdaderamente feliz cuando
está junto a sus seres queridos. Esta particularidad lo hace a la vez un muy
buen guardián de su territorio y protector de su familia.
En definitiva,
cuando se está pensando en adquirir un Boyero de Berna, además de
interiorizarse de las características de la raza es imprescindible preguntarse
si uno mismo reúne las condiciones para ser un buen amo. En primer lugar, debe
ser aceptado por todos los integrantes de la familia, grandes y chicos por
igual, y todos deben actuar con la misma conducta, de manera que el cachorro reciba
órdenes similares y coherentes. El Boyero es un animal inteligente y bastante
manipulador, por lo que enseguida descubrirá a quien puede imponerse a su gusto,
y seguro que lo hará. Recordar que
requiere de compañía casi constante, alguien debe quedarse con él cuando el amo
se va al trabajo. Al ser un ejemplar de tamaño considerable necesita de espacio;
no es un perro para vivir en un departamento donde los limites estrechos van a
conspirar contra su correcto crecimiento osteomuscular. Ya adulto, necesita por
lo menos de un jardín, y si las dimensiones no son muy amplias, requerirá de
paseos diarios lo suficientemente extensos para mantenerse en forma. Y quizás lo más esencial: ¿está
dispuesto a hacerse responsable de la tenencia de este fiel y cariñoso amigo
durante los próximos nueve o diez años, promedio de vida de la raza, atendiendo
a todas sus necesidades? Él (o ella) le entregará un amor incondicional, sin
pedirle nada a cambio, pero como todo ser vivo, podrá tener momentos difíciles,
en los cuales usted deberá responderle con la misma lealtad y afecto que él sabe
brindarle.
Decíamos que la
expectativa de vida del Boyero es relativamente corta, como lo es en todas las razas de perros grandes. En este
caso ronda de los nueve a los diez años, aunque en mi criadero he tenido
ejemplares que alcanzaron con buena salud los doce y trece años de edad. Es por eso que soy una
firme promotora de retroceder en
el tiempo y buscar aquellos
ejemplares que han marcado historia en nuestro país por su longevidad para poder recuperar esa genética que es
tan importante para un criador
responsable. La introducción de una sangre nueva en el país debe ser realizada con “plena conciencia”, conociendo bien las
características genotípicas del criadero adonde se adquiere, incluida la
longevidad de sus antecesores. Se puede importar un perro de raza, e incluso
ganar merecidos premios, pero un criadero se torna realmente serio y
responsable con la raza que promueve cuando comienza a obtener ejemplares de
calidad, con estructura y temperamento acorde con el estándar, luego de un
estudiado desarrollo de cruzas buscando la mejor selección posible. En estos veinte años he tenido
fracasos y éxitos, entre estos, ejemplares ganadores del ranking durante varios
años, campeones en exposiciones de
América y el Caribe, internacionales, etc. Tratándose de una raza relativamente nueva en Argentina,
la presentación de perros en exposiciones, tanto regulares como especializadas,
nos permite contar con la
apreciación de jueces mundialmente reconocidos, muchos de ellos con
especial dedicación al Boyero de Berna. Más allá de estar orgullosa por estos triunfos, lo importante
para el criadero La Tregua es insistir en marcar una tipicidad específica y característica del Boyero de Berna. Considero
que siendo un perro de trabajo debe poseer una estructura anatómica importante,
de buena talla, musculatura apropiada
para el trabajo, cabeza destacada
con stop bien acusado, y un temperamento dócil y seguro de sí mismo.
Esta necesidad
de mantener y mejorar la tipicidad
comentada obliga a que cuando se tiene una lechigada haya que seleccionar y
conservar los mejores cachorros, que son aquellos que más se acercan al tipo ideal que se pretende. No
es tarea fácil, ya que a veces, aun en una camada numerosa, no aparecen
cachorros con las características correctas para asegurar la homogeneidad y el
mejoramiento progresivo del criadero. La búsqueda va dirigida entonces a los
ejemplares que mejor obedezcan a los criterios de estructura, colores y temperamento.
El mismo criterio he adoptado al adquirir ejemplares del exterior con el
objetivo de mejorar la calidad de la crianza.
La
responsabilidad de un buen criador no se limita a los ejemplares de su criadero
sino que se ejerce también al momento de dar servicios a perras ajenas al mismo.
Es imprescindible exigir placas radiológicas que certifiquen la
ausencia de displasia de caderas y codos, así como los análisis de laboratorio
para descartar enfermedades infectocontagiosas. No se deben aceptar cruzas con
ejemplares que no posean las características esenciales de la raza. Hay que cuidar la excelencia de la
línea de sangre del criadero, lo que permite andar sobre pasos seguros y evita
encontrarse con sorpresas desagradables. Afortunadamente, en la Argentina
contamos con criadores de Boyeros de Berna muy responsables que han llevado a
que nuestros ejemplares puedan competir
a nivel internacional, obteniendo los principales reconocimientos.
La importancia de la convivencia con la madre y los hermanos
en la educación del cachorro
Para obtener un
perro equilibrado, de buen temperamento, sociable y obediente es necesario
contar con una madre que posea esas mismas
cualidades. Por esta razón, si bien tanto el macho como la hembra aportan el
mismo 50 % de carga genética, es más importante una buena madre que un buen
padre. El perro al nacer trae una
herencia de miles de años de convivencia con el hombre que lo condiciona
naturalmente a compartir el mundo, pero esta sociabilidad innata se puede
perder o alterar si no se complementa con la apropiada educación que recibe de
la madre y con el entrenamiento que ejerce jugando con sus hermanos de
lechigada.
O sea que la
primera premisa de una buena crianza canina es elegir una hembra con
condiciones óptimas para ser una buena madre. La segunda es respetar el tiempo
que la misma necesita para modelar el carácter de sus cachorros.
Los etólogos
consideran que este tiempo de convivencia no debe ser menor de ocho semanas.
Durante el mismo, la madre ejerce plenamente el papel de educadora de las
conductas de sus hijos mediante un sistema de premios y castigos. Sin coartar
sus avances exploratorios, va a ir
corrigiendo las acciones que considera inapropiadas. A medida que la madre va disminuyendo su atención sobre los
cachorros, estos enfocan su vida social hacia los hermanos. Un cachorro separado prematuramente de
su madre y sus hermanos puede presentar posteriormente anomalías en sus
relaciones sociales con los humanos y con otros perros.
En la formación
del carácter del cachorro se suceden varias etapas. En la llamada fase
neonatal (las dos primeras semanas
de vida), el cachorro solo se despierta para mamar. La madre se ocupa de estimularlo con la lengua para
que defeque y orine. En este período se recomienda manipular el cachorro para
estimular la maduración del sistema nervioso. En la fase de transición (tercera
semana de vida), abre los ojos e inicia la exploración del mundo circundante. Aparecen
las conductas de juego y se independizan la micción y la defecación. Le sigue
la etapa más importante, la de socialización (cuarta a duodécima semana), pues
en ésta aparece el imprinting o
impronta, la etapa fundamental para fijar la conducta del perro. En este
período, el animal aprende a reconocer y a convivir con otros individuos de su
especie y de su especie amiga, el hombre.
Para conocer
el carácter del cachorro aconsejo aplicar el test de imprinting, que busca identificar al ejemplar que muestre
la mejor capacidad de reconocer al hombre como su congénere y así brindarle su afecto. Se realiza entre los 30 y 40 días de
edad, de manera que aún haya tiempo de corregir algún defecto, y en el mismo
lugar de su nacimiento. La prueba dura unos quince minutos y debe ser realizada
por una persona desconocida debidamente entrenada, quien se acercará a los cachorros caminando tranquilamente, sin hablar ni hacer gestos bruscos.
Finalmente se sentará en medio de la lechigada y observará la conducta de cada
uno de sus pequeños integrantes.
Las reacciones
a la introducción de una persona extraña en su medio natural pueden ir desde la
aceptación inmediata (los cachorros, luego de oler e inspeccionarla, la invitan
a jugar) hasta actitudes negativas, como reacciones agresivas (gruñidos y
ladridos) o de temor (el perro huye a esconderse o busca la protección de la
madre).
Estas
respuestas permiten saber si la camada ha tenido un imprinting aceptable. De
ser así, se pueden seleccionar con tranquilidad aquellos ejemplares que con
seguridad serán grandes compañeros. Pero tampoco debe descartarse de primeras
al ejemplar que no haya demostrado condiciones de excelencia, ya que quizás
suceda que el proceso del imprinting simplemente se haya atrasado. Por eso se debe repetir el test luego
de una semana más de maduración. Si las respuestas siguen siendo negativas, aun habrá tiempo de tratar de
corregirlas.
Por supuesto que el proceso de
aceptación mutua entre el perro y el amo no termina en el test de imprinting.
Continúa con la llegada al hogar, donde requerirá una atención dedicada durante
las primeras semanas de convivencia. Juegos, horarios bien definidos para
comer, compañía, lugar de descanso, conducta para hacer sus necesidades, etc., son tareas de aprendizaje muy
importantes en ese período inicial en su nueva casa.
Seleccionando un buen
ejemplar, tanto en estructura como temperamento, en un criadero responsable,
tendrá un amigo entrañable y fiel que seguramente lo convertirá en un
apasionado entusiasta del Boyero de Berna.
Marita Subiza
Marita Subiza
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