sábado, 31 de octubre de 2015

  El arte de la crianza responsable
                                                                Por Marita Subiza

La experiencia de años dedicados a la crianza responsable de perros de raza  Boyeros de Berna en los últimos veinte años  me ha permitido aprender mucho con respecto a la misma, con aciertos y también con errores. Por eso, en esta nota trataré de que esa experiencia ayude  a aquellas personas interesadas en adquirir una mascota y que luego, ya sea porque desean simplemente tener un cachorro  de su perro o bien porque quieren encarar la crianza de ejemplares con una finalidad de comercial, deciden dedicarse a la crianza. Desde ya debo adelantarles a estos últimos  que criar con responsabilidad, la única forma permitida y honesta, implica invertir mucho dinero.
Como criadora de la raza Boyero de Berna desde 1996 debo confesar que realmente me mueve algo emocional. No estoy segura si yo los elegí o ellos me eligieron a mí. Desde que conocí el primer Boyero, me enamoré del temperamento afectuoso y del aspecto atractivo que los caracteriza.  Como criadora de Boyero de Berna, mi objetivo es conservar y perfeccionar las virtudes de la raza tan especial: estructura robusta y armoniosa, carácter equilibrado, celoso guardián de su territorio y excelente compañero. Una vez establecidas las características generales de los ejemplares, he tratado de mantener una tipicidad dentro de mi criadero. Lograr esto lleva años de selección, buscando siempre lo mismo, perros que cumplan con su estructura y temperamento.

Para mantener la tipicidad comentada, de cada lechigada que nace en el criadero se deben seleccionar y conservar los mejores ejemplares, es decir, aquellos que más se acercan al tipo ideal que se pretende. No es tarea fácil, ya que a veces, aun en una camada numerosa, no aparecen cachorros con las características correctas para asegurar la homogeneidad y el mejoramiento progresivo del criadero. La búsqueda va dirigida entonces a los ejemplares que mejor obedezcan a los criterios de estructura, colores y temperamento.  Cuando he traído ejemplares del exterior, los seleccioné con ese mismo concepto, atendiendo al  tamaño de la cabeza, que debe ser  importante, buenos aplomos, buenos movimientos, ojos oscuros, temperamento inmejorable, mordida  excelente, sin faltas dentarias, buen implante de orejas y cola, excelente dorso,  caderas y codos.
Si  obtengo productos con estas características sé que voy por el buen camino en el perfeccionamiento de la raza. Para lograrlo, estudio, hago cursos, asisto a congresos y sé escuchar los consejos de criadores expertos en el exterior y de otros criadores responsables de nuestro país, así como los consejos de mi veterinario de cabecera. 
Otro aspecto a tener en cuenta es ser cuidadoso al momento de dar servicios a perras ajenas al criadero. Se debe ser riguroso en la exigencia de las placas radiológicas que certifiquen la ausencia de displasia de caderas y codos, y en los análisis de laboratorio para enfermedades infectocontagiosas. De la misma manera, no se deben aceptar cruzas con ejemplares que no posean las características esenciales de la raza.  Hay que cuidar la excelencia de la línea de sangre del criadero, lo que permite andar sobre pasos seguros y evita encontrarse con sorpresas desagradables. Afortunadamente, en la Argentina contamos con criadores de Boyeros de Berna muy responsables que han llevado a que nuestros ejemplares puedan competir  a nivel internacional, obteniendo los principales reconocimientos. 


Los 10 raglas del criador responsable
Cuidar el estado sanitario del criadero
Vigilar el estado sanitario cachorros
Limitar la cría
Elegir bien a los futuros propietarios
Fijar especialmente el temperamento
Buscar ejemplares lo más lejos posible en cuanto a línea de sangre
Hacer el seguimiento de las crías
Dar descanso de las hembras
Sociabilizar adecuadamente los cachorros
Observar el buen control veterinario

La importancia de la convivencia con la madre y los hermanos en la educación del cachorro
Para obtener un perro equilibrado, de buen temperamento, sociable y obediente es necesario contar con una madre                  que posea esas mismas cualidades. Por esta razón, si bien tanto el macho como la hembra aportan el mismo 50 % de carga genética, es más importante una buena madre que un buen padre.  El perro al nacer trae una herencia de miles de años de convivencia con el hombre que lo condiciona naturalmente a compartir el mundo, pero esta sociabilidad innata se puede perder o alterar si no se complementa con la apropiada educación que recibe de la madre y con el entrenamiento que ejerce jugando con sus hermanos de lechigada.
O sea que la primera premisa de una buena crianza canina es elegir una hembra con condiciones óptimas para ser una buena madre. La segunda es respetar el tiempo que la misma necesita para modelar el carácter de sus cachorros.
Los etólogos consideran que este tiempo de convivencia no debe ser menor de ocho semanas. Durante el mismo, la madre ejerce plenamente el papel de educadora de las conductas de sus hijos mediante un sistema de premios y castigos. Sin coartar sus avances  exploratorios, va a ir corrigiendo las acciones que considera inapropiadas.  A medida que la madre va disminuyendo su atención sobre los cachorros, estos enfocan su vida social hacia los hermanos.
Un cachorro separado prematuramente de su madre y sus hermanos puede presentar posteriormente anomalías en sus relaciones sociales con los humanos y con otros perros.

Las fases en la maduración del cachorro
Los especialistas consideran que en la formación del carácter del cachorro se suceden las siguientes fases:
1.     Fase neonatal: primeras dos semanas de vida, en el cual el cachorro prácticamente duerme todo el día. Solo se despierta para mamar. Defeca y orina por la estimulación lingual de la madre. En este período se recomienda manipular el cachorro para estimular la maduración del sistema nervioso.
2.     Fase de transición: tercera semana de vida, ya con los ojos abiertos se inicia la exploración. Aparecen las conductas de juego. Se independizan la micción y la defecación.
3.     Fase de socialización: de la cuarta a la duodécima semana, importante por la aparición del imprinting o impronta, la etapa fundamental para fijar la conducta del perro. En este período, el animal aprende a reconocer y a convivir con otros individuos de su especie y de su especia amiga, el hombre.  Si se saltea esta fase, los trastornos del perro resultarán muy difíciles de corregir.
  Fase juvenil: desde la decimotercera semana hasta la madurez se

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